Eugenia Codina Desde mi ventana

lunes, 1 de septiembre de 2008

¡Hagan sitio!



El domingo pasado apareció una larga entrevista en El País con George Steiner.
Steiner, de familia judía persequida durante el nazismo, ha desarrollado su carrera en Estados Unidos y en Europa recordándonos así lo que era el transnacionalismo europeo (es decir, judío) antes de que Europa se volviera loca. Steiner habla y escribe en cuatro idiomas y es un erudito en varios campos, desde la filosofía hasta la crítica literaria.

En la entrevista con Juan Cruz, Steiner lanza un par de provocadoras ideas de esas que te pueden ir rondando durante horas por la cabeza como una mosca que busca una ventana. La idea más inquietante que lanza en la entrevista es su sombrio pronóstico sobre, lo que él llama, la próxima revolución y-o guerra civil.

P: ¿Y la otra revolución?
R: Está por llegar, me da mucho miedo y francamente prefiero no estar vivo. Podremos vivir una media de 120 años. Muy pronto podrán rejuvenecer células. Seremos reemplazables, como el motor de un coche. Hoy, ser un investigador de biogenética es estar subido a una escalera mecánica que va cada vez más rápida. ¿Qué pasará cuando los jóvenes tengan que cuidar y alimentar a tanta gente mayor? La próxima guerra civil puede ser ésta.

P: Parece el tema de una novela de Saramago.
R: De una novela, y de una pesadilla. Los jóvenes de hoy tienen que pagar impuestos, residencias de ancianos, la comida, la casa. Hay cada vez más ancianos. Creo firmemente en el derecho a la eutanasia. Es un horror envejecer sin dignidad. Antes, las familias más o menos se podían hacer cargo de sus ancianos. Pero ya no pueden. Quizá la próxima crisis sea generacional.

P: ¿No la hay ya?
R: No, estamos conteniéndola, hoy los jóvenes no andan por ahí asesinando a los viejos. En ciertas culturas esquimales lo hacen. Cuando llega el invierno, los jóvenes obligan a los mayores a salir de la casa o del iglú, a morir, para que puedan sobrevivir los jóvenes.


Soylent Green. Ahí está. Es lo que me recordó Steiner. Soylent Green (1973), en España titulada Cuando el destino nos alcance, basada en una novela con el alarmante título: ¡Hagan sitio!. Una película oscura que esbozaba un futuro desolador. La sobrepoblación del planeta había acabado con el equilibrio ecológico y, en la escena que más pesadillas provoca de la película, el protagonista descubre que las galletas Soylent Green son, en realidad, restos humanos reciclados.

Truculenta como es la idea de las galletas verdes, no fue esta escena la que me quitó el sueño durante mi adolescencia. Lo realmente angustioso es que, por ley, al llegar a la vejez uno no tiene más derecho a vivir. Al cumplir cierta edad, cada ciudadano recibe una muerte orquestada según su gusto y preferencias.

Leyendo a Steiner volvió a mi memoria la escena de la muerte inducida de Sol Roth. Como ya no existe naturaleza en la tierra ni animales salvajes, esto es lo que él pide ver como telón de fondo a su muerte.



Ya en mi adolescencia, cuando la muerte era lejana y abstracta, me dio más escalofríos la muerte obligatoria que la idea de convertirme en galleta. Desde la perspectiva actual, deduzco que ya entonces intuí que la primera premisa es mucho más plausible y racional que la segunda.
Ahora que el tema de la eutanasia se discute abiertamente, que el envejecimiento de la población empieza a ser algo más que una estadística, ahora que podemos vivir tantos años aunque sea con una salud quebradiza, ahora pues. la despedida de Sol no parece tan ciencia ¨ficción¨como hace cuarenta años.

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